Lourdes, la foi, l'affaire

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Según el paradigma científico vigente, para que una curación se etiquete de inexplicable debe de cumplir una serie de estrictos requisitos que trazan la frecuentemente cuestionada línea de separación entre el dogma y la ciencia. En el caso concreto de Lourdes, existen registros documentados de unas 7.000 curaciones atribuibles al milagro, pero únicamente 67 son reconocidas oficialmente por la iglesia católica. Puede que 67 sean más que suficientes, una sería más que suficiente, incluso ninguna. La fe abnegada de los creyentes católicos se ha encargado durante siglos de ensalzar hasta límites insospechados el milagro, con toda su grandilocuencia, y con unos argumentos tan incuestionables e inescrutables como inexplicables para los impíos.

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Así es la fe, que mueve montañas y que llevó a este pequeño pueblo occitano, enclavado en los límites de la región de los Altos Pirineos, a convertirse en el tercer centro de peregrinación más importante del mundo. Todo ello ofreciendo un bálsamo espiritual y físico a más de seis millones anuales de personas que peregrinan desde todos los rincones del mundo para sentir de primera mano la energía de sus lugares de culto y las propiedades sanadoras del Rio Gave. 

Una energía que, aún vista sin escepticismo y con respeto, supera lo que muchos podemos llegar a asumir y en un entorno en el que los dogmas perennes de la cristiandad conviven con una voraz industria turística, todo debe ser minuciosamente examinado con lupa.

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Mientras saco una foto a la cúpula dorada que sirve de mirador hacia la explanada llego a escuchar castellano: un padre está increpando a sus hijos por jugar en la zona y, por el acento, deduzco que no son españoles, quizá mexicanos. La madre lleva a una señora mayor sentada en una silla de ruedas que, dicho sea, no será la única que veré en mi visita. De un modo intuitivo les espero para seguirles desde una distancia prudencial, me da la impresión que pueden representar en conjunto al tipo de visitantes que recibe el Santuario. Bajan tranquilamente por una de las rampas que dan acceso a la explanada y observo la cautela y el esfuerzo de la mujer al empujar la silla por el suelo mojado por la lluvia.

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La rampa de forma elíptica está jalonada por estatuas diversas del imaginario católico, que nos acompañan hasta el final de la explanada. Una vez allí, la familia se para frente a una serie de puestos de autoservicio de velas, ubicados bajo los arcos de la escalinata. Se llevan seis velas, tres grandes y tres pequeñas, 48 euros en total, importe que pagan con tarjeta en una máquina habilitada para tal propósito y en la que se pueden configurar hasta 6 idiomas. No acabo de entender si la diferencia entre el tamaño de las velas determina el tamaño de la ofrenda o bien la duración de la misma, pero me resulta curioso. El puesto incluye una pantalla que reproduce en bucle un documental sobre Lourdes con escenas del santuario o de los días de mayor afluencia, en varios idiomas, la familia se queda a verlo. Los beneficios de la venta de velas para plegarias u ofrendas rondan los 150.000 euros mensuales.

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A un centenar de metros está una de las entradas principales a la Basílica de Nuestra Señora de la Concepción, levantada sobre el lugar dictado por la joven pastora Bernadette Soubirous, según el deseo de la virgen, que así se lo pidió. Es la gruta de Massabielle, el lugar exacto donde se apareció la virgen, se encuentra intacta, incrustada bajo las fachadas de la basílica. Es un lugar donde el silencio es sepulcral y todo acto resulta ceremonial, las largas colas tienen como objetivo la plegaría hasta el fondo de la gruta, donde existe una estatua de la virgen y un lugar donde alojar las velas, las que portan la petición.

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Por eso, antes de llegar, muchos de los fieles tocan con fervor las paredes de la gruta, para impregnarse del milagro que allí ocurrió; otros, en cambio, portan las garrafas hasta el manantial que brota de la gruta, al que se le atribuyen atributos curativos. En general, todos quieren llevarse el milagro consigo, da igual el peso o la distancia que hayan recorrido, porque se trata de un momento lleno de fervor. Un día como hoy, aun siendo húmedo y frío, la cola de fieles es de unas cien personas de diferentes nacionalidades a tenor de sus tonos de piel, y justo frente a la cueva hay una fila de bancos de madera en los que cuesta encontrar un sitio. En el centro de toda la escena un voluntario adecenta un altar, un voluntario que, como todos los que entregan su tiempo y su trabajo a la iglesia, deben pagar por su devoción.

En honor a la verdad, los lugares de culto sobrecogen al visitante, pero a pocos centenares de metros, en las calles alrededor del santuario, las luces de neón devuelven el espíritu al mundo terrenal. El epicentro espiritual de Lourdes coexiste en perfecta simbiosis con su desarrollo económico, en gran parte gracias al turismo: cafeterías, hoteles, supermercados, restaurantes y, por supuesto, las tiendas de venta de artículos religiosos de diversa índole, que conviven con otros más mundanos. La variedad de objetos religiosos es amplísima, al igual que su coste, de manera que algunas tallas alcanzan la mareante cifra de 3.000 euros. Parece que existe negocio para todos, incluidos los familiares de Bernadette, que también tienen una tienda en la población.

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Alrededor de 200 tiendas y casi 500 hoteles, cifra solo superada en Francia por París, se apelotonan en las calles de Lourdes, y aunque pueda parecer una cifra exagerada, seis millones de almas anuales reclaman esos servicios.

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Dejo Lourdes y me voy recordando al personaje de Don Manuel, aquel párroco de Valverde de Lucena, alter ego de Unamuno y representante de su paradoja, según el cual la búsqueda angustiosa de la fe se topa con una razón inapelable que impide conseguirla. Así que doy por supuesto que muchos católicos creyentes vivirán esa paradoja y no sé hasta qué punto la faceta de ostentación que muestra Lourdes ayudará a conseguir esta ansiada fe o bien será contraproducente. Eso sí, una cosa queda clara, el negocio goza de una salud excelente y la industria del turismo religioso difícilmente entrará en declive ya que juega con la propia condición humana, sus miedos y sus anhelos.

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