La isla de Java es rica en nutrientes, muy productiva, una larga cadena montañosa volcánica atraviesa la isla, de los ciento diez conos existentes, treinta y cinco mantienen actividad. En este sentido los volcanes, además de su potencial destructor, también son fuente de riqueza, que proporciona elementos muy propicios para la agricultura, principal sustento económico de la población. También proporciona azufre, abundante en el volcán Kawah Ijen, el mayor lago sulfuroso del mundo. El azufre es muy utilizado en aplicaciones como los tintes, los fósforos y la medicina, su uso es muy relevante. En Java numerosos hombres trabajan en las minas de azufre, estos mineros bajan a diario al infierno, al pie de los cráteres, a recoger el azufre solidificado en grandes bloques para después cargar con él hasta alguna nave junto a la carretera, desde ahí el azufre comenzará un largo viaje hasta las fábricas de procesamiento, donde una vez manufacturado, servirá como elemento esencial en la fabricación de recursos. Los mineros cobrarán la jornada a razón de cuatrocientas rupias el kilo, algo más de dos euros y medio, para los que consigan acarrear con ochenta kilos, aunque parezca una miseria es una paga aceptable para este pobre país, pero su valor es mucho mayor y no resulta equitativo viendo el precio en salud que pagan estos hombres.

La jornada laboral comienza al amanecer, el guardia de un puesto de control nos pone en cautela, avisándonos del peligro que conlleva exhalar los gases, nos recomienda no bajar hasta el pie del lago si no disponemos de una máscara, pero los mineros no llevan, su protección consiste en un trapo o camiseta mojada con la que se tapan boca y nariz. Muchos van descalzos y sin camiseta, marcando unos músculos ganados a base de sufrimiento, cargan el azufre en dos cestas de mimbre unidas por una vara. En el camino vemos a muchos descansando, me piden tabaco, ¡Qué ironía!, les digo que es malo para la salud, sonríen. Se vislumbran dos volcanes a lo lejos, el flujo de mineros es continuo, bajando o subiendo. Un fuerte olor a azufre nos avisa de la proximidad, el paisaje inerte resulta sobrecogedor, las grietas de lava solidificada se elevan formando el enorme cráter en el que descansa el lago, que cambia de color debido a distintas reacciones químicas.  En caprichosas y frecuentes sacudidas desprende las espesas fumarolas, que cargan el ambiente con su densidad, enseguida noto los efectos, el viento ha cambiado de repente y ha movido una nube hasta mi posición, picor de ojos y garganta más una desagradable sensación de falta de oxígeno; a la larga, tras continuas exposiciones, comenzarán los más graves, problemas respiratorios que padecerán la mayoría de ellos. Desde una buena posición veo salir del humo a algunos mineros y observo, en un momento de sosiego, al pie de la mina, las enormes pitas de azufre y unos hombres desmembrándolas con varas, el desnivel es brutal. La visión dura unos segundos ya que de nuevo una enorme fumarola surge sin avisar, cubriéndolo todo, incluyéndome a mí. Me pongo a correr hasta salir de su influencia, después me sentiré un poco ridículo.

Abril 2007. Publicado en Revista Más Viajes en Enero de 2020. Presentado en Fitur.

 
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